Marcos Carías, Director de la Academia Hondureña de la Lengua en 2013.
En el Libro V, Capítulo VII, de su Recordación Florida, el cronista criollo capitán Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán enumera las disciplinas con las que, en 1679, dio formal inicio a sus cursos la Pontificia Real Universidad de San Carlos de Guatemala siendo estas las de Prima de Teología, Cánones y Leyes, Filosofía y Medicina, Instituta y la de Vísperas de Teología Moral, y las dos restantes de Escoto y Lengua Mexicana, que es la Pipil, que tan útil y necesaria es a la administración de los indios con los naturales españoles de este Reino.
Desconozco si en la actualidad alguna lengua indígena del istmo es enseñada a nivel superior en las Universidades de la región; en aquel entonces y desde los momentos de la primera evangelización fue patente por parte de quienes habían ocupado estos territorios y sometido a sus naturales, el interés por conocer y comunicarse con los pueblos autóctonos por medio de las lenguas que ellos hablaban y si esto no fue solamente por influencia del humanismo renacentista al menos obedeció a prácticas reglas para establecer una administración eficiente. La presencia de las lenguas indígenas no se limitó al sofisticado mundo universitario: Laura Caso Barrera en su Introducción al texto maya del Chilam Balam de Ixil nos muestra una situación que hasta puede causar extrañeza, en el Yucatán de la colonia, refiere, «la lengua dominante fue la maya que era utilizada por españoles, mestizos, castas y por supuesto los indígenas».
La curiosidad fue mutua y se establecieron canales de convivencia que contradicen a quienes reducen las situaciones históricas a permanente confrontación entre vencedores y vencidos, explotados y explotadores. Resalta la mencionada autora que los naturales demostraban una verdadera pasión por la lectura y que «aplicándose a saber leer, los que esto logran cuanto papel tienen a mano tanto leen». Los dirigentes mayas, al menos, podían leer en español y usaban el alfabeto foráneo para escribir y leer los textos de su antigua sabiduría aunque no se limitaban a su propio mundo y se enriquecían con conocimientos provenientes del otro continente. Así, el Chilam Balam de Ixil es, en su parte medular, como un gran recetario de medicina popular combinando fórmulas provenientes de Europa y en especial de España con los usos locales, incluso y con un cierto sentido del humor hacen aparecer al Cid Campeador como una especie de médico versado en pócimas salutíferas.
Lugar especial ocupó la Biblia. En el Ixil se vierten al maya en alfabeto hispánico extensos pasajes del Génesis y muy al por menor del Éxodo. Tómese en cuenta que todavía en los primeros siglos coloniales, la jerarquía católica por medio de su brazo censor, el Tribunal de la Inquisición, veía con malos ojos el uso de los textos sagrados en idioma diferente al latín. El rebelde Lutero había dado la pauta al traducir la Biblia al alemán y ponerla a disposición de cualquier creyente; en España o en sus posesiones americanas estos ejercicios eran reputados como peligrosos, a menos que fueran objeto de un riguroso escrutinio eclesial. Los mayas tomaban sus riesgos y a partir de esa avidez por la lectura y por escuchar los textos que les eran leídos, como posiblemente lo practicaron desde inmemoriales tiempos, inclusive poseían la astucia para leer entre líneas y así la salida de Egipto bajo el liderazgo de Moisés y la búsqueda de una Tierra Prometida narrada en el Éxodo y traducida al maya en el Ixil «puede haber expresado las expectativas de los mayas de liberarse del dominio político español, sus abusos y tributo» cita Laura Caso Barrera en su introducción al Chilam Balam de Ixil.
Encontramos, como podemos ver, la lengua y la cultura indígena en estrechos nexos con la lengua y cultura hispánicas en las aulas universitarias, en el acontecer y convivencia cotidiana, en las enseñanzas y expectativas a futuro surgidas de textos sagrados, en los recetarios medicinales. Pero la situación cambió a par tir del siglo XVIII. El dominio español, bajo la influencia de la francesa Casa de Borbón, se volvió más colonialista y esto significó, ent re otras cosas, acentuar la superioridad cultural de las metrópolis europeas comparadas con las incipientes culturas sometidas, colonizadas. No en vano es el siglo XVIII el de la consolidación y surgimiento de las Academias de la Lengua con su rol de reglamentar y supervisar el idioma. En este sentido, también y bajo esta óptica, las europeas ―el francés, el español― eran lenguas propiamente dichas, bien estructuradas y constituidas; lo demás, todo aquello que por ejemplo se hablaba entre los pueblos americanos originales eran simples dialectos, mínimamente constituidos y estructurados. Esta tendencia fue heredada y adoptada por las nacientes repúblicas latinoamericanas, a partir de su independencia. En su justificado afán por establecer y defender una soberanía nacional también se tomó de los europeos el afán por darle unidad a la nación, uniformando los contenidos de su identidad. Así se instala el concepto de idioma oficial, que dentro de la perspectiva mencionada no podía ser otro que el español. Ya los Borbones, en el siglo XVIII, habían prohibido la enseñanza de otra lengua aparte de la española, gran contraste con el plan de estudios del siglo XVII en la Universidad de San Carlos o con los intentos de hacer del nahua una especie de lengua franca para todo el istmo. La escuela pública republicana, con una andadura llena de escollos pero también con logros que serían perceptibles al correr de los años y no de manera inmediata, diseñó sus programas de estudio alrededor del español exclusivamente de modo que el perfil de nuestros países se propuso, para su fortalecimiento, con elementos unitarios, por ejemplo, religión: la católica; idioma: el español, raza: mestiza o ladina.
La Academia Hondureña de la Lengua, al tomar la iniciativa para producir esta obra Diccionario de las Lenguas de Honduras (DLH), se ha situado en una perspectiva actual, el mismo nombre ya lo dice, que no postula como necesidad de un Estado el ser unitario en cualquiera y en todas sus manifestaciones y que, antes al contrario, sostiene que es en la riqueza de su diversidad adonde puede encontrar su fuerza. Vivimos en una sociedad multiétnica y pluricultural y esto vale para, prácticamente, todos los países de la tierra. Al académico Víctor Manuel Ramos le ha correspondido ser el coordinador de este ambicioso proyecto y lo ha hecho con meritorio entusiasmo y dedicación. Me complace subrayar apoyos incondicionales, dígase a corazón abierto, particularmente el del señor embajador de España en Honduras, don Luis Belzuz de los Ríos, así como el de don Álvaro Ortega Santos del Centro Cultural de España en Tegucigalpa y con su eficiencia característica el de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.
Son siete las lenguas distintas al español que figuran en el diccionario y cuyas entradas se han diseñado en orden alfabético, a saber chortí, garífuna, isleño, miskito, pech, tawahka, tolupán. Comisiones de cada una de estas etnias han trabajado junto al Coordinador, durante más de tres años, en la elaboración del respectivo segmento del diccionario; ha sido un trabajo paciente, meticuloso, que ha requerido la búsqueda de consensos y la superación de limitaciones. Ahora, y ello nos satisface, se ha llegado a la etapa final: la publicación de este diccionario, que es, en su género, una obra pionera.
La Academia Hondureña de la Lengua, que tiene en el cultivo del idioma español su eje central, se hermana a estas otras lenguas tan hondureñas, reconociendo que nuestro español ha convivido con ellas y ha conocido de múltiples influencias aún poco estudiadas y confía en poder continuar este diálogo pospuesto por determinadas circunstancias que consideramos superadas. Al final, lograremos un entendimiento muy profundo de nuestro pasado, de las actuales condiciones culturales y sus perspectivas de futuro gracias a la magia de las palabras, que no otra cosa es un diccionario y de manera relevante este que ahora presentamos.